Tras la ruptura matrimonial de sus padres, Rainer Maria Rilke (Praga, 1875 - Val Mont, 1926) ingresó en la misma Academia Militar en que había estado Musil –y que aparece en Las Tribulaciones del joven Törless– pero pronto comprendió que la carrera de las armas no era lo que mejor cuadraba a su carácter. Abandonada la Academia, empezó a escribir poemas, y ya a los diecisiete años concluyó Vida y canciones, que sería publicada un año después.
Comenzaba así un trayecto literario que había de acabar constituyéndose en uno de los mayores y más renovadores del siglo; obras como Elegías del Duino o Los sonetos a Orfeo son una extrema y fascinante experiencia del espíritu y cumbres de la lírica del siglo XX.
Pero la talla literaria de Rilke no se encuentra solo en sus poemas; su obra en prosa es también excepcional. Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, la novela autobiográfica Ewald Tragy, los magníficos cuentos de Historias del buen Dios o estos Relatos de Praga no son obras secundarias, sino otra forma de expresar las ideas que, utilizando las palabras del propio Rilke, configuran algo más que una obra: un proyecto de existencia.
Rainer Maria Rilke nació en Praga en 1875, hijo de Josef Rilke, militar fracasado, y de Sophia Entz, judía conversa. Tuvo una infancia y adolescencia infelices, en parte por la problemática relación que mantuvo con su madre, que le obligó a vestirse de niña hasta los cinco años, debido al duelo por la muerte de una hermana del poeta.
Tras estudiar literatura y arte en Praga, cambia de ciudad y de nombre —de Réne (renacido en francés) a Rainer—, posiblemente como expresión de disgusto hacia su familia. De alma trashumante, su errática búsqueda de un lugar adecuado para la escritura le llevó a residir en París, donde conoció a Auguste Rodin, del que fue durante una temporada secretario.
Sus obras líricas más relevantes son: Canto de amor y muerte del alférez Cristóbal Rilke, la trilogía El libro de las horas, que remite a las plegarias íntimas y medievales, o Nuevos poemas, volúmenes en los que su concepción poética se altera, hasta culminar en su obra maestra, Elegías de Duino, diez intensas y poderosas composiciones de temática existencial.
Murió de leucemia, tras una lenta agonía, en el sanatorio suizo de Valmont. Fue el propio Rilke quien escribió su epitafio: «Rosa, oh contradicción perfecta, en el placer de ser el sueño de nadie bajo tantos párpados».
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