Conocido universalmente gracias a sus dos grandes obras, La dama de blanco y La piedra lunar (ambas editadas por Montesinos), Wilkie Collins es autor de un buen número de novelas y relatos. Monkton el loco es una de sus piezas fantásticas más perfectas. Escrita en un tono a la vez reposado y tenso, rítmico y escueto –estilo común a toda su obra y que ha desatado las alabanzas de Borges, Eliot y Swinburne–, esta breve obra maestra narra la angustia y desventura de un joven abocado a la muerte, o mejor dicho, a la ambigüedad de una muerte probable. Todo podría reducirse, para Alfred Monkton, al padecimiento de una fuerte neurosis obsesiva. Pero una sucesión de pequeños elementos instaura esa duda abismal ente lo desconocido que caracteriza a los mejores ejemplos de un género, el fantástico, en el que Monkton el loco se inscribe con todos los honores.
27 novelas, más de 60 relatos cortos, 14 obras de teatro y alrededor de 100 obras de no ficción nos ha legado Wilkie Collins, nacido en Londres el 8 de enero de 1824.
Vivió su adolescencia en Italia, etapa que marcó su educación y su carácter. Cursó la carrera de Derecho, profesión que nunca ejercería, ya que orientó su vida a la literatura.
Antonina o la caída de Roma (1850), marcó el inicio de su carrera de escritor. Fue en esa época cuando conoció a Charles Dickens, con quien le uniría una profunda amistad y con quien colaboró estrechamente a lo largo de su vida.
Wilkie Collins fue uno de los iniciadores del género de la novela policíaca. Maestro de la intriga, genio del suspense, sus tramas envuelven al lector en una atmósfera de miedo y fantasía, de patética zozobra, y le sorprenden por sus imprevisibles desenlaces. Librepensador, ateo, feo, cicatero, soltero recalcitrante, aunque bígamo, adicto al opio, todo eso y mucho más fue Wilkie Collins, uno de los escritores más célebres de la Inglaterra victoriana.
Falleció en 1889. A su austero funeral, cuyo coste, según su expreso deseo, no debía exceder de veinticinco libras, asistieron sus dos amantes con sus hijos respectivos. Su herencia se repartió por igual entre las dos familias. Sobre su tumba, en Kensal Green, se yergue una austera cruz de piedra.
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