«Se ha dicho que toda la filosofía no es más que una nota a pie de página de Platón. Puede decirse que toda la prosa de ficción es una variación del tema del Quijote». Lionel Trilling
Cervantes encontró, por fin, con El Quijote, un camino seguro de novelar, pero lo hizo a través de intuiciones geniales, sin un plan previo, cambiando el trazado sobre la marcha misma de su novela, variando su discurrir al hilo de la propia escritura. Y no deja de ser sorprendente que, de ese modo vacilante, se escribiera una novela sin par.
Era natural que quien dijo que por la libertad se debe arriesgar hasta la vida, si es preciso, que quien tantas veces puso la suya en el tablero, reivindicara la libertad como poética para sus personajes, sus lectores y para él mismo como novelista. Libertad, en definitiva, como poética del Quijote y de toda la creación cervantina, como clave coherente de su quehacer artístico y de su visión del mundo, implícita y explícita, dentro y fuera de la novela, manifiesta en el autor, en los personajes y en los lectores, en la vida y en la literatura, en el perspectivismo, la ironía y el distanciamiento; siempre tolerante y abierta, nunca dogmática, salvo en la reivindicación misma de la libertad. Y tan extraordinaria estética-idea de la libertad, para mayor asombro, concebida y realizada a finales del siglo XVI y XVII, en una España totalitaria, cerrada e intolerante, y dada a la luz pública en el centro del poder absoluto, en Madrid, ciudad por cuyas abigarradas calles paseó, pensó y sintió el gran novelista.
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