Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y el dicho popular no puede ser más acertado si reparamos en la señora Presty: astuta, maquiavélica, sabia, conoce la forma de mover los hilos para que las cosas sucedan según sus deseos.
Su afán de proteger a sus seres queridos, y su corazón en cierto modo generoso la conducen, sin embargo, a convertirse en la reina del mal: a causa de sus manejos, el engaño sustituye a la verdad y la virtud queda sometida a la mentira. Curiosamente, los valores que Wilkie Collins defiende en este melodrama no se corresponden con los que afloran en el resto de su obra, tan sensible a los derechos de la mujer, entonces rechazados por una sociedad clasista y machista hasta el paroxismo.
En La reina del mal, Collins arremete contra la moderna institución del divorcio, y parece apoyar el sometimiento de una mujer ultrajada a un marido adúltero pero, eso sí, profundamente arrepentido. Los tiempos, claro está, han cambiado, y el lector de hoy difícilmente considerará a la señora Presty como una verdadera Reina del Mal. Más bien entenderá sus decisiones, aunque éstas sean a veces poco edificantes. La reina del mal, como Doble engaño o El secreto de Sarah debe incluirse entre las obras de Collins pertenecientes al género melodramática.
27 novelas, más de 60 relatos cortos, 14 obras de teatro y alrededor de 100 obras de no ficción nos ha legado Wilkie Collins, nacido en Londres el 8 de enero de 1824.
Vivió su adolescencia en Italia, etapa que marcó su educación y su carácter. Cursó la carrera de Derecho, profesión que nunca ejercería, ya que orientó su vida a la literatura.
Antonina o la caída de Roma (1850), marcó el inicio de su carrera de escritor. Fue en esa época cuando conoció a Charles Dickens, con quien le uniría una profunda amistad y con quien colaboró estrechamente a lo largo de su vida.
Wilkie Collins fue uno de los iniciadores del género de la novela policíaca. Maestro de la intriga, genio del suspense, sus tramas envuelven al lector en una atmósfera de miedo y fantasía, de patética zozobra, y le sorprenden por sus imprevisibles desenlaces. Librepensador, ateo, feo, cicatero, soltero recalcitrante, aunque bígamo, adicto al opio, todo eso y mucho más fue Wilkie Collins, uno de los escritores más célebres de la Inglaterra victoriana.
Falleció en 1889. A su austero funeral, cuyo coste, según su expreso deseo, no debía exceder de veinticinco libras, asistieron sus dos amantes con sus hijos respectivos. Su herencia se repartió por igual entre las dos familias. Sobre su tumba, en Kensal Green, se yergue una austera cruz de piedra.
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