Es el otoño de 1897 y el perro Buck retoza despreocupadamente en sus vastos dominios, la gran casa del juez Miller, en un apacible valle. Entre las amplias terrazas, árboles añosos, establos, verdes prados y un tanque de agua, juega con los nietos de su amo, se zambulle en la piscina, pasea por el bosque con las hijas del juez y va con los hombres de cacería. Pero es 1897 y ocurre la fiebre del oro de Alaska, y la idílica vida de nuestro juguetón Buck se tuerce dramáticamente cuando es robado y vendido para servir a los aventureros.
Porque los hombres —hombres que «no eran hombres de ciudad; eran salvajes que no conocían otra ley que la ley del garrote y el látigo»— necesitan perros. Perros capaces de trabajar duro. Perros musculosos para arrastrar trineos. Perros con tupido pelaje, abrigo del hielo. Perros que puedan convertirse en fieras tras escuchar «la llamada de la selva» y reconocer en ellos la vida de sus antepasados. Perros dispuestos a luchar hasta la muerte con jaurías de perros esquimales en defensa de su comida.
La llamada de la selva es una de las tempranas novelas de Jack London, fruto de su fallida aventura en Alaska. En ella no obtuvo el oro que buscaba, pero sí el material de primera mano para esta novela. Publicada por entregas en el Saturday Evening Post en 1903 y de inmediato como libro, fue un gran éxito y convirtió a London en un escritor famoso.
Novela de aventuras, parábola moral, historia de supervivencia y sobre la supremacía de los instintos atávicos, La llamada de la selva es una novela que, por el vitalismo de su escritura y la honda intensidad de los sentimientos, atrapa y fascina de principio a fin.
«La llamada de la selva es una parábola de la fragilidad de la civilización. London expone la brutalidad de la humanidad y la facilidad con que los seres humanos vuelven a su estado primitivo y salvaje». E. L. Doctorow
«[El estilo de London] corresponde a la realidad pero a una realidad recreada y exaltada por él. La vitalidad que animó su vida anima su obra, que seguirá atrayendo». Jorge Luis Borges
Traducción de José Miguel Martínez
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