El cáncer, esa enfermedad que agrupa a más de 150 variedades, y la guerra han sido los grandes males del siglo XX. Si el siglo XIX, el llamado siglo de la diplomacia, se saldó con 15 millones de muertos, el siglo XX, el del orden internacional, lo hizo con 187. Cabe preguntarse sobre la bondad del orden o si, pese a las apariencias, es mejor el desorden al que parecemos haber retornado.
Conocer la guerra, como conocer el cáncer, no es buscarla, sino luchas contra ella. La guerra es un enfrentamiento de poderes. Y no es un acto ético, ni justo, ni económico... ni siquiera militar. Es un acto político, de gestión de poder, de modo que cualquier análisis que se realice sin tener en cuenta este hecho no puede ser sino incompleto. La guerra es más que una sucesión de batallas o una Institución de Derecho Internacional Público; es eso y más que eso, e ignorarlo no conduce a otra cosa que equivocarse en un asunto de la máxima trascendencia. Y si la guerra es un acto político, la paz también lo es. Precisamente esa es la base de la Polemología, entendida como el estudio de la guerra como fenómeno integral.
Aquí, Federico Aznar aborda la guerra desde una doble perspectiva: linealmente, como secuencia temporal (causa, desarrollo y terminación), pero también como una realidad que implica a una multiplicidad de planos diferentes. Así, entre otros muchos aspectos, La ecuación de la guerra trata de las posibles causas de guerra futuras (el agua, las fuentes de energía y otros recursos naturales, la inmigración, etc.); de la diferencia como factor polemológico (universalismo-localismo; la identidad como conflicto o el conflicto religioso); de factores como el medio ambiente o las catástrofes naturales; del derecho de injerencia, la influencia de la opinión pública, e liderazgo político, los aspectos jurídicos de los conflictos y un largo etcétera que configura un completo compendio en torno a un fenómeno, el de la guerra, que parece acompañar al ser humano inexorablemente.
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