Dos son los tópicos fundamentales en torno a los que se mueve La democracia bajo asedio. A partir de la Revuelta de 2019: por una parte, la traición y deslealtad a la democracia, exacerbadas hasta la vergüenza durante el estallido social y la pandemia; por otra, el fracaso del actual gobierno, verificado día a día en su inmovilismo y en una retórica carente de sentido que ya no remite a nada. No al lucro en una educación pública, gratuita y… ¿de calidad? Pues sí, ¡no se oye, Padre!
Así, entre estos dos ejes, pareciera ser que el oficio colectivo de Chile es pasar el día. Y aguardar que el siguiente no sea peor (Michelle Bachelet II dixit). El impulso vital cotidiano sería sujetar la pared evitando que se desplome y esperar que pase algo. ¿Algo como qué? ¿Algo como un boom de los commodities que nos genere una bonanza que tape todos los problemas e irresoluciones que el país arrastra desde hace al menos una década y media, tal como ocurrió con el boom por la demanda china en los 2000?
La mala noticia, nos dice Sergio Muñoz Riveros, es que eso ya no es posible, no solo porque estas circunstancias favorables no dependen de nosotros, sino también por razones políticas. Una vez que en el contexto del llamado estallido social se estuvo dispuesto a desestabilizar cualquiera de las bases que construyen el frágil equilibrio de las democracias contemporáneas, no es sencillo resarcir el daño. Una vez que se han validado expresiones como «los cambios serán por las buenas o por las malas», formulada por uno de los miembros de la desopilante Convención Constitucional; o una vez que se ha sido «cómplice pasivo» o se ha fomentado la violencia para derrocar a un gobierno que mantenía estricto apego a la ley, el camino de recomposicion institucional y reencuentro será largo y accidentado.
Sin embargo este amargo escenario, dos visiones positivas nos aporta Muñoz Riveros en este libro: el país ha logrado resistir estos asedios y debilitamientos y la institucionalidad, pese a todo su deterioro y al estancamiento económico, ha logrado enfrentarlos con decisión. Casi dos tercios del país rechazó el patético texto constitucional propuesto. Y también nos dice que sí es posible retomar una vida de convivencia democrática y de desarrollo como la de décadas recientes. Pero esta posibilidad pasa por reafirmar las convicciones democráticas de los más diversos sectores.
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