Ningún libro de Rubem Fonseca ha sido tan controvertido como Feliz Año Nuevo. No siempre por sus méritos literarios.
Presente desde su lanzamiento en 1975 en la lista de los más vendidos, sus primeros trece meses de vida comercial estuvieron marcados exclusivamente por comentarios elogiosos en la prensa y especulaciones de la crítica sobre eventuales semejanzas entre el escritor y el autor pornoterrorista del cuento «Intestino grueso», relato en que un periodista entrevista a un escritor, lo que le permite a Fonseca desarrollar su idea sobre el poder subversivo de la literatura y escenificar la radicalidad de su propuesta literaria.
En 1977, ya en la tercera reimpresión, Feliz Año Nuevo fue inesperadamente prohibido por la censura, y todos los ejemplares en venta y las existencias en las bodegas de la editorial Artenova fueron confiscados por la policía federal. De allí en adelante, el cuarto libro de cuentos de Fonseca pasó a ser un caso policial y se volvió el mayor escándalo literario-jurídico de la dictadura militar.
Sin romper su acostumbrado silencio, Rubem Fonseca recurrió a los tribunales. El 2 de mayo de 1977 interpuso una acción judicial por la ilegalidad del acto arbitrario del ministro de Justicia solicitando su anulación así como una indemnización por los daños patrimoniales y morales. Obligada a aclarar los motivos de la prohibición y probar su legalidad, la censura elaboró un documento en el que señalaba que Feliz Año Nuevo «retrata en su casi totalidad personajes cargados de complejos, vicios y taras, con el propósito de ilustrar una cara oscura de la sociedad, basada en la delincuencia, el soborno, el latrocinio y homicidio, sin que haya sanción alguna, y utilizando un lenguaje popular en el que la pornografía es vastamente empleada...».
Fue necesario que la dictadura llegara a su fin para que Feliz Año Nuevo fuera nuevamente impreso, vendido, comprado y leído. En 1989, después de doce años de batallas judiciales, el Tribunal Regional decidió, por dos votos a uno, que el ministro de Justicia Armando Falcao se había equivocado. Solo entonces Rubem Fonseca pudo festejar su entrada en el panteón de los victoriosos (Flaubert, Wilde, Lawrence, Joyce, etc.) en la vieja e insana lucha entre arte y censura, siempre vencida por el primero.
Traducción de John O´Kuinghttons
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