La vida y la obra de Friedrich Glauser estuvieron tan íntimamente unidas que aquella constituía la savia nutritiva de sus escritos. En la oscuridad, con su sinceridad despiadada, el escritor suizo se observa a sí mismo y al mundo que le rodea en los meses posteriores a su licenciamiento de la Legión Extranjera. Trabajando de lavaplatos en los sótanos de los hoteles más lujosos de París y como minero en las profundidades de las minas belgas. Glauser, como todos los genios excéntricos y marginales, se refugió en la escritura como única escapatoria, como último camino para ponerse finalmente a salvo. En el blanco y negro de una existencia tan desesperada que parece improbable, se van abriendo camino los colores de su escritura.
A este relato Glauser le atribuía particular importancia dentro de su obra narrativa, pensaba que le consagraría como un verdadero escritor. Por ello, antes de ser publicado en 1937, envió un extracto a Hermann Hesse, que le responde definiéndolo como «un magnífico observador y escritor».
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