Prólogo de Daniel Mansuy
«En la primera mitad del siglo, Tocqueville mostró cómo la Revolución francesa fue, a pesar de las apariencias, continuadora de la tradición centralizadora de la monarquía nacional. Dicho de otro modo, la más simbólica de las rupturas modernas contiene un (grueso) hilo de continuidad con el pasado; y de más está decir que la experiencia comunista vino a confirmar el diagnóstico tocquevilliano. La lección que podemos deducir de este hecho es que la modernidad, si bien puede ser vista como un enorme (y prometeico) proyecto de emancipación, no ha logrado arreglar sus cuentas con el fenómeno del poder. Queremos liberarnos de toda tutela pero, para lograrlo, siempre terminamos generando nuevos polos de concentración de poder. El mismo problema resurge una y otra vez, aunque cada vez se manifiesta de modos distintos. El primer mérito de Ortúzar es tomarse en serio la dificultad en toda su magnitud. Así, busca explicarnos por qué es problemático considerar al poder político como un puro mecanismo, desprovisto de consecuencias que le son inherentes. La política, en cuanto supone ejercer algún tipo de poder, es también una actividad inmanente, que tiene efectos sobre todos nosotros, y respecto de los cuales nadie es completamente inmune. Si esto es plausible, la paradójica voluntad de utilizarlo para intentar romper todas las ataduras es, en el mejor de los casos, bastante ingenua».
Daniel Mansuy
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