«Me siento mucho mejor porque he leído a Strindberg… No lo he leído por leerlo, sino por apretarme contra su pecho… ¡Esa furia, esas páginas conseguidas a fuerza de puños!».
Estas palabras de Frank Kafka ahorrarían cualquier comentario sobre la obra de August Strindberg si no fuera porque todo lo dicho por el autor checo encuentra una confirmación deslumbrante y certera en El hijo de la sierva, novela autobiográfica que cubre los años de infancia y adolescencia del futuro autor de Infierno y Alegato de un loco. Ciertamente existe, en El hijo de la sierva, una voluntad demoledora y un ataque sin paliativos contra el orden familiar y la hipocresía social.
El conocido pasaje bíblico de Abraham y su sierva es utilizado aquí por Strindberg como comentario a una vida pletórica de crisis y experiencias que lindan con lo patológico; al ser trasladadas de la realidad humana al texto literario merced a una escritura ejemplar y rica en toda clase de hallazgos estéticos, se convierten, como elocuentemente previó Kafka, en la catarsis dolorosa pero necesaria de las más oscuras esencias del ser humano.
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