Bartleby, el escribiente es una de las narraciones más extrañas de la historia de la literatura, y su protagonista uno de los más excéntricos especímenes de la raza humana, cuyo lúcido e implacable nihilismo recuerda las teorías chinas acerca de la conducta ideal del emperador y del hombre santo. Desde el mismo momento de su nacimiento, el relato de Herman Melville ha espoleado la polémica y ha generado el intenso interés que garantiza la inmortalidad de una obra literaria: la fascinación.
Bartleby, el escribiente es considerado hoy un precursor insólito de los mejores relatos de Kafka.
En El campanario asistimos al trágico final de un personaje fáustico, y en su trama se percibe la influencia de su amigo Nathaniel Hawthorne. Los dos templos consta en realidad de dos textos: el primero fue censurado en su día para no herir la sensibilidad religiosa de los lectores; y el segundo, escrito en 1849 durante un viaje a Europa, describe Londres como una ciudad babilónica. En El hombre pararrayos brilla el talento irónico de Melville contra los abundantes predicadores que en aquella época vivían de propagar la salvación ante un fin del mundo inminente. El violinista, en fin, se ha interpretado como una elaboración simbólica de su destino como escritor.
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