Con este libro Hopenhayn vuelve al género que ha cultivado con especial pasión, libertad y economía de medios; una práctica caracterizada por uno de los textos de este volumen:
«Evitar la solemnidad en el aforismo. Evitar, también, la banalidad. Reducir hasta el límite, con “un ojo que simplifica hasta la desolación total” (Kafka), al punto donde es imposible distinguir, en el mensaje, lo que este descubre y lo que abandona. Apostar por la depuración al riesgo de la disolución. Una vez allí asomar la cabeza y copiar la visión en palabras. De seguro será un aforismo».
«Estalló la guerra en el pueblo y corrió la sangre por los caminos. Luego llegó la paz y la sangre se fue secando. Una y otra vez, por siglos, la calle se regó de muerte y volvió a limpiarse. No era suficiente la memoria de los muertos para impedir su repetición. Tarde o temprano el pueblo se dividía, unos embestían contra otros y la sangre corría sin freno. Hasta que un día alguien, quizás de paso por allí, llamó a esto la tradición. Todos adhirieron a este designio y se sintieron parte de una historia compartida. Tanto comulgaron en esta raíz común que ya no pudieron declararse enemigos. Han pasado siglos desde entonces y no se ha sabido de una nueva guerra».
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