Más de una docena de personajes son los protagonistas de esta novela que, siendo policial, logra adentrarse en la historia profunda de uno de los periodos más violentos y convulsionados de Brasil, país cuya trama política reciente hace de Agosto una lectura de lamentable actualidad. Agosto es una novela que conduce a pasos electrizantes hacia el triunfo de la venalidad y la impunidad.
Agosto de 1954: una severa crisis política amenaza al cuarto mandato del presidente Getulio Vargas —el único alcanzado en las urnas— y el calor de la capital brasileña solo es superado por una tensión latente que amenaza con el caos. Poco más de veinte días antes de su desenlace, y quedando menos de una hora para que finalizase su turno, el incorruptible inspector Alberto Mattos —a quien ya conociéramos en la novela El caso Morel— recibe la noticia del asesinato del empresario Paulo Machado Gomes Aguiar. A pocos kilómetros de allí, en el palacio de gobierno, Gregorio Fortunato —el Ángel Negro—, jefe de la guardia personal del presidente, planea otro crimen: atentar contra la vida de un periodista opositor a Getulio. Con su fallida ejecución se desencadena, a un ritmo vertiginoso, una serie de eventos que se cruzan, se amalgaman y acumulan, como una bola de nieve que va creciendo y que rápidamente alcanza una dimensión que resulta imposible evadir: el fin del régimen y el comienzo de una nueva era son definitivos.
Rubem Fonseca entreteje historias de intrigas políticas y militares, de amantes que se resignan a menos que el amor, de lealtades que se quiebran, o que se mantienen dentro de los estrictos marcos de una sociedad elitista en la que los blancos pisan sobre los negros y los ricos sobre los pobres; la vida de un Mattos que se ha basado, acaso justificándose a sí mismo, en la fidelidad hacia el ideal superior de la justicia, y que pronto la Historia habrá de poner a prueba. Pero lejos de cualquier enseñanza moral, Agosto es una novela cuya progresión narrativa conduce a pasos electrizantes al triunfo de la venalidad y la impunidad.
Traducción de John O´Kuinghttons
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