El matemático ciego Nichola Saunderson, heredero de Newton en la cátedra de matemáticas en el Trinity College de Cambridge está a punto de morir. En el lecho de muerte abomina de la Creación y del Creador, de su condición de ciego y declara que creería en Dios si lo pudiese tocar. La conjetura de Euler es una extraña reflexión sobre la vista y el tacto; un sutil argumento sobre las limitaciones de nuestro conocimiento empírico; un delicado rompecabezas narrativo donde los eventos imaginarios y los históricos se confunden; un caleidoscopio de perturbadoras ideas sobre el infinito, el mal y el caos que presiden el universo.
Denise Diderot, editor de la Enciclopedia en la Francia de la Ilustración narra con probidad los hechos hasta su encuentro con el matemático ciego, Leonhard Euler y su imprevisible final. Con su estilo preciso y sin concesiones el narrador hace aparecer ante nuestros ojos a personajes reales y a la vez imaginarios: William Whiston, matemático solitario que profesó la herejía arriana, el obispo Berkeley, quien descreyó de los sentidos y de las cantidades infinitesimales y refutó a Newton y Leibniz, William Inchliff, apócrifo relator de las últimas horas de Saunderson, el monstruo matemático ciego, Leonhard Euler quien tiende una celada a Diderot en su visita a San Petesburgo, D’Alembert, Voltaire, La Mettrie, Maupertuis, Rosseau, Federico segundo de Prusia, Catalina La Grande de todas las Rusias y otros célebres hombres y mujeres del siglo XVIII aparecen vertiginosamente en estas páginas.
Las matemáticas, la teología, la epistemología, la ceguera, los órganos de los sentidos, la relación del filósofo con el poder son los elementos de esta narrativa insólita. La narración está estructurada como una espiral que se va apretando cada vez más y suma diversas narrativas ecuménicas que, sin embargo, confluyen en una sola hasta el matemático final.
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