Tras ser despedido de su trabajo como nochero de embarcaciones, el joven Eugenio consigue emplearse como descargador de navíos y faluchos. Junto a sus compañeros de trabajo visita un prostíbulo y se enamora de Yolanda, una de las pupilas. Una noche, un marinero seduce a la prostituta; enfurecido, Eugenio lo ataca y termina pagando sesenta días de cárcel por las heridas que le inflige. Ya libre, debe vérselas —en unos pasajes memorables— una vez más con la ciudad, la incertidumbre y la naturaleza del amor.
Lanchas en la bahía no es solo la historia de una iniciación, sino también la de un nuevo estilo literario. Señala el inicio de una renovación de la literatura chilena. En esta obra y en otras del periodo se presentan la fragmentación y la falta de unidad de los personajes, además de inéditos recursos para sostener esta nueva mirada, este cambio de perspectiva, como el flujo de conciencia, monólogos interiores, digresiones y montaje de tiempos y saltos temporales.
Parece imprescindible recuperar la frescura, actualidad y dimensión de «obra abierta» de Lanchas en la bahía, leerla desde la subversión del orden social que caracteriza la narrativa de Manuel Rojas, un espesor, una suerte de aura que le ha sido arrebatado, que se olvida cada vez que sus obras son relegadas a la categoría de lectura escolar.
«De un lado hay algo, lo mínimo, del otro no hay nada. El triunfo de Manuel Rojas es que de este minimalismo surge su escritura, su técnica novelesca que conjuga no sin miedo pobreza y riqueza máximas, lo que con un verso de Martí llamó “la oscura vida radiante”».
César Aira
«Autores como Manuel Rojas y González Vera mostraban que el realismo no tenía por qué quedar enraizado en ningún tipo de criollismo, que el lenguaje artístico era suficientemente poderoso para desentrañar las “vidas mínimas” con rigor y veracidad, logrando así sentar las bases de la renovación literaria».
Ángel Rama
«El talento —“the gift”, como decía Nabokov— le sobraba […]. Manuel Rojas forma parte de una gran tradición de la narrativa latinoamericana que persiste —y persistirá— más allá de las modas, mientras exista nuestra literatura».
Ricardo Piglia
«Su arte hunde las raíces en el hombre, en el hombre mismo, y es el suceder de ese hombre (y no la anécdota de ese suceder) lo que vale para él».
Emir Rodríguez Monegal
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