El gato ha estado junto al hombre desde los tiempos de la caverna: el inicio de su mutuo afecto se pierde en la noche de la Historia. En el Antiguo Egipto se adoraba a una gata-diosa llamada Bast, y los arqueólogos han hallado, al excavar en las tumbas de los notables, miles de momias de gatos, muchas veces rodeadas de momias de ratones, el alimento preferido de los gatos incluso en el más allá. Independientes y orgullosos, pero siempre adorables, los gatos pueden ser cómicos o majestuosamente orgullosos, indómitos o apacibles, astutos o casi salvajes, zalameros o libertarios, ensimismados o acechantes, pero casi siempre héroes en nuestras propias casas.
Su amor a la libertad íntima y su serena dignidad, teñida a veces de una actitud desdeñosa para las cosas del mundo de los humanos, son con frecuencia un reflejo de lo que los hombres querrían ser, y de ahí la adoración que suscitan entre nosotros. Una amistad tan vieja debía producir efectos en la literatura, y así abundan las narraciones en las que los gatos son protagonistas.
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