Gobseck es, a pesar de su brevedad, una de las más poderosas y dinámicas obras de Balzac. Una pequeña joya que se lee de un tirón. Su personaje principal, el tal Gobseck, es un prestamista, un usurero, un hombre de pasado misterioso y aventurero que ha desarrollado un amor desorbitado por el oro y las riquezas.
Sin embargo, y a su modo, Gobseck es también un filósofo, una mezcla de cínico y escéptico que observa desde la sombra a la sociedad que le rodea como la araña que ha tejido su tela y aguarda relamiéndose sus presas. Pero esa pasión desbordada está regida por reglas, a las que el avaro se atiene escrupulosamente, lo que hace de él, también, en cierto modo, un hombre de honor, aunque sea un honor que a menudo forcejea con la codicia.
Verdadero mago en el manejo de las almas ajenas, Gobseck se mantiene imperturbablemente fiel a los principios morales que se ha fijado, hace de la usura un arte y extrae de ella placeres que se dirigen más al espíritu que al cuerpo, condicionando con sus decisiones la vida de otras personas incluso después de su propia muerte.
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