Con El secreto de Sarah, Wilkie Collins inicia un género en el que demuestra un talento insuperable: la novela de intriga. Dotado de una refinada técnica, el autor de La piedra lunar y La dama de blanco es capaz de urdir tramas apasionantes que van mucho más allá del clásico folletín romántico de la época o de la por entonces balbuciente novela detectivesca.
El secreto de Sarah es una investigación alrededor de un secreto celosamente guardado en una mansión, la Torre de Porthgenna, de la que la doncella Sarah Lesson huye el mismo día del fallecimiento de su señora. Quince años después, la existencia del secreto llega a oídos de Rosamond, en ese momento señora de Porthgenna, quien se empeñará en descubrirlo.
Como sucede en las mejores obras de Collins, por El secreto de Sarah desfilan personajes impagables; el excéntrico y misántropo Andrew Treverton; su impertinente criado Schrowl; Lenny, el marido ciego; o el plúmbeo Mr. Phippen, un individuo que recuerda a los inefables Bouvard y Pécuchet.
Maestro del suspense, artífice de argumentos laberínticos y sin embargo trepidantes, Collins, en El secreto de Sarah, ser revela una vez más como el gran fundador de la novela de intriga y misterio.
27 novelas, más de 60 relatos cortos, 14 obras de teatro y alrededor de 100 obras de no ficción nos ha legado Wilkie Collins, nacido en Londres el 8 de enero de 1824.
Vivió su adolescencia en Italia, etapa que marcó su educación y su carácter. Cursó la carrera de Derecho, profesión que nunca ejercería, ya que orientó su vida a la literatura.
Antonina o la caída de Roma (1850), marcó el inicio de su carrera de escritor. Fue en esa época cuando conoció a Charles Dickens, con quien le uniría una profunda amistad y con quien colaboró estrechamente a lo largo de su vida.
Wilkie Collins fue uno de los iniciadores del género de la novela policíaca. Maestro de la intriga, genio del suspense, sus tramas envuelven al lector en una atmósfera de miedo y fantasía, de patética zozobra, y le sorprenden por sus imprevisibles desenlaces. Librepensador, ateo, feo, cicatero, soltero recalcitrante, aunque bígamo, adicto al opio, todo eso y mucho más fue Wilkie Collins, uno de los escritores más célebres de la Inglaterra victoriana.
Falleció en 1889. A su austero funeral, cuyo coste, según su expreso deseo, no debía exceder de veinticinco libras, asistieron sus dos amantes con sus hijos respectivos. Su herencia se repartió por igual entre las dos familias. Sobre su tumba, en Kensal Green, se yergue una austera cruz de piedra.
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