Tomás Harris es uno de los poetas más importantes de la generación del 80, aquella que, pese «a la costumbre de amanecer cansada cada día» (Rubio), comenzó a escribir y a publicar en dictadura y cuyos primeros recitales fueron en campus de universidades intervenidas por los militares. Tras estudiar Literatura en la Universidad de Concepción, ciudad donde comienza el sur de Chile y cuyas calles, baldíos, prostíbulos, hoteles y bares de mala muerte son el telón de este Cipango (1992), su obra cumbre, se trasladó a Santiago, donde reside hasta hoy y ocupa el cargo de jefe de Ediciones de la Biblioteca Nacional.
Anclada a la materialidad, al relato mítico y la pesadilla, la poesía de Harris se caracteriza por una honda exploración en el deterioro de la condición humana en una sociedad que pareciera tener como oficio su asedio, y la degradación de los espacios míticos por donde transcurren esas existencias ya descentradas. La visualidad y lo narrativo, las citas culturales y las intertextualidades, la baba animal y la lluvia y la tierra, las atmósferas ominosas y la abyección, la espesa bruma alcohólica y un erotismo sórdido se dan cita en su obra para que el lector oscile entre la fascinación y la asfixia.