¿Es este un libro más sobre el estallido social? Aun a riesgo de que se considere una expresión retórica que poco dice, la respuesta más cercana es: Sí y No.
Sí, porque ya desde el título se intuye la ecuanimidad y serenidad de la mirada con la que Joaquín García-Huidobro aborda nuestro presente más inmediato, el malestar largamente desatendido (el pasto seco) y la escalada de destrucción (la bencina) que buscó no solo desestabilizar al gobierno sino a nuestra propia institucionalidad.
No, porque está tan lejos de agotarse en las violentas manifestaciones exteriores de esta síntesis entre bencina y pasto seco, como lo está del púlpito de aquel cuya prédica reiterada es: «se los dije». Es así como el autor rehúye los tópicos —y a estas alturas ya casi reflejos condicionados— de las izquierdas y derechas cuyas claves de interpretación apuestan todo a la bencina o al pasto seco, y se entrega a un pormenorizado examen de nuestros últimos treinta años que, aunque defectuosos, también pueden ser grandiosos, nos dice.
El lector, sin reparar en ello, ve pasar a lo largo del libro unos impresionantes caudales de información, de reflexiones y de acontecimientos, y esto solo es posible por la escritura sutil y amena de García-Huidobro, que combina al mismo tiempo las mejores dotes del columnista, del filósofo y del pedagogo. Detrás de una escritura como esta, el lector puede adivinar que al autor lo anima una profunda y generosa vocación de diálogo, intercambio al que asiste con sus orientaciones definidas pero sin ideas fijas, prejuicios, descalificaciones ni simplismos. Esto es lo que posibilita que hacia el final del texto se haga una pregunta decisiva que es a la vez un espejo que nos pone enfrente: «¿Qué hemos aprendido?».
Ahora nos toca responder a nosotros, sus lectores.
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