Fragmentos de memoria, de una memoria repleta de sensaciones, acontecimientos, afectos, personajes que han ayudado a construir la escena cultural italiana del último medio siglo y han poblado la vida de quien, en gran medida, la ha dominado desde la editorial que fundara en 1933 y que se ha convertido en uno de los mitos de la cultura literaria europea del siglo XX.
Giulio Einaudi, tras una larga vida dedicada al trabajo y al cultivo de la amistad y la inteligencia, ha atendido por fin a las voces amigas que insistentemente le pedían que escribiera sobre ella y lo ha hecho. El resultado, sin embargo, no es una autobiografía al uso, ni una historia de la editorial, como muchos quizá esperaban, sino una continua sucesión de momentos evocativos, un itinerario íntimo donde los recuerdos, las sensaciones, los lugares, los olores, las actitudes y las palabras se reencuentran y forman un delicado y sutil tapiz que nos muestra una existencia inagotablemente rica y dialéctica, totalmente inclasificable.
Con una prosa escueta, esencial, cristalina, el autor escribe paso a paso aquello que su «fuente» principal, la memoria, le sugiere, sin sujetarse —como él mismo advierte al principio del libro— a una cronología estricta ni a las proporciones que teóricamente demandarían ciertos detalles y situaciones en comparación con otros que «históricamente» pudieran ser considerados no tan relevantes. Leyendo el texto que Einaudi nos presenta se tiene la impresión de estar viendo una película hecha de muchos fotogramas, en un montaje rápido en el que los personajes parecen perseguirse no sin haber alcanzado una precisa definición, partiendo a veces de un detalle omitido o una sensación inadvertible. Personajes que están retratados con pinceladas simples, casi desvanecidas, pero reales. No hay un adjetivo de más, ninguna nota de énfasis.
Einaudi, hombre fundamentalmente tímido y respetuoso tal como lo dibujó Natalia Ginzburg en su Léxico familiar, ha escrito un libro donde habla de él hablando de los otros. En su larga galería de nombres, situaciones, recuerdos y acontecimientos, encontramos la cultura de más de una generación, desde principios de los años treinta. Desde los amigos que iniciaron con él la aventura editorial y la hicieron posible, como Leone y Natalia Ginzburg, Cesare Pavese, Felice Balbo o Elio Vittorini, pasando por los que fueron incorporándose a la «casa», como Carlo Levi, Italo Calvino, Primo Levi, Pier Paolo Pasolini, Leonardo Sciascia, Elsa Morante o Carlo Emilio Gadda, hasta los grandes autores y editores que conoció y trató, como Eugenio Montale, Arnoldo Mondadori o Valentino Bompiani, o los grandes nombres de la cultura mundial de este siglo con los que se relacionó: Ernest Hemingway, Thomas Mann, Picasso, Paul Eluard, Man Ray, Lévi-Strauss o Lacan.
Un mosaico vivo que, junto a los flashes dedicados a los recuerdos de la infancia y la familia Turín de principios de siglo, los veranos en Dogliani, la figura del padre, que fue presidente de la República, de los viajes —París, Londres, Berlín, Frankfurt, Moscú—, del amor por los libros y del oficio de editor —la puntillosa búsqueda del grafismo perfecto, del papel duradero, de los caracteres nobles, las referencias sobrias al nacimiento de las diversas colecciones, nos acercan el perfume, la atmósfera de una época decisiva para el crecimiento intelectual, conflictivo y apasionante, no solo de Italia, sino de Europa.
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