«Será un libro indispensable para conocernos mejor nosotros mismos», fue la frase con que Pablo Neruda conminó al peruano Luis Alberto Sánchez a narrar su experiencia en Chile. Nada más apropiado para el título que «visto» y «vivido» ya que Sánchez no se limita a hablarnos desde su condición de desterrado lo que un testigo de ojo atento como él pueda concluir, sino que narra con pasión las diversas empresas de las cuales fue partícipe: desde director editorial y traductor de la naciente editorial Ercilla, hasta colaborador de la candidadutra de Pedro Aguirre Cerda por el Frente Popular.
La habilidad narrativa de Sánchez nos trae los acontecimientos de esa década que va de 1935 a 1945 como si los estuviéramos viviendo hoy. Y ello porque logra que nos identifiquemos con lo narrado: es nuestra historia la que estamos leyendo y en ella reconocemos rasgos de nuestra identidad; identidad que nos es mostrada no solo desde los acontecimientos o las ideas sino que también desde la piel, desde los olores como el del «Portal Fernández Concha, saturado con olor a sopaipillas, castañas y almendras asadas, durante el inviernio; y a fruta, cerveza y miel durante el verano».
Pero no es desde la individualidad ni desde un yo egotista desde donde leemos este libro: lo leemos desde ese «coser de voluntades» que Sánchez observa en las calles de «una ciudad que era alegre» y en permanente modificación por los extranjeros que llegaban. Acusa el impacto de los refugiados españoles del Winnipeg al mostrarnos que «Chile, país alegre, pero tradicional, experimentó un cambio inmediato. Las calles se llenaron de humo de tabaco grueso, de alegres piropos, de pintorescas chanzas, de pullas, de bulliciosas conversaciones de acera a acera [...]. Las esquinas, antes ordenadas, se volvieron apostaderos de galanes y comentadores».
Extremando esta dimensión, Miguel Laborde desarrolla en el prólogo de este libro la vocación que había en Chile para mirar el mundo y sentirse parte de América Latina ya que «esta interrogante de nuestro tiempo, si Chile vive aislado del barrio, se hizo parte en el libro de Sánchez. No siempre fue así. Incluso mas, Santiago era una ciudad de encuentros, tal vez la más cosmopolita de la región».
Prólogo de Miguel Laborde
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