Mujeres jóvenes, asesinadas y con una letra P tatuada en el antebrazo. En el Santiago de 1995, un homicida serial desvela a la policía y la provoca enviándole mensajes desafiantes. El subcomisario Abel Ayala, a cargo de las pesquisas, está tan desorientado como sus jefes, pero de pronto surge un posible aliado: una sicóloga, devenida en lectora del tarot y practicante de disciplinas esotéricas, conoció a una de las secuestradas y percibió algunos hechos que solo conocen los investigadores. Los hombres de Ayala se resisten a recurrir a la bruja o vidente, pero el sicópata sigue actuando y las autoridades políticas empiezan a presionar por resultados. La dinámica de los acontecimientos convierte el caso en moneda de cambio noticiosa frente a otro dolor de cabeza: la larga y humillante pulseada con el general (r) Manuel Contreras, quien, atrincherado en un hospital militar, se resiste a cumplir en la cárcel su condena por violaciones a los derechos humanos. Pese a los reparos de sus superiores, el subcomisario pide ayuda a la bruja, al tiempo que debe enfrentar un nuevo desafío: en sus últimas comunicaciones, el asesino revela que su objetivo mayor es ajustar cuentas con la policía. Y Pandora Dupuy, la vidente, aporta desde su ámbito otros elementos inesperados. Son pistas valiosas, pero el tiempo corre en contra de ellos, ya que una nueva mujer morirá y Ayala poco a poco debe enfrentarse a los episodios más oscuros de su pasado.
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