Rainer María Rilke nos ofrece en Vladimir, pintor de nubes, unas historias desgarradoras y fieramente humanas, unos textos de extraordinaria intensidad dramática y finales sorpresivos e inigualables. El tono de estos relatos, intensamente poético, conjura en determinados pasajes a la más alta literatura, gracias, también, al pulso narrativo, apasionado pero entretenido, que el autor de Elegías de Duino nos regala. Habilidad, originalidad y maestría son las cualidades que Rilke despliega en estas ficciones, en las que unas tramas únicas y unos personajes inolvidables convierten a estos cuentos en pequeños tesoros de la literatura universal.
Rainer Maria Rilke nació en Praga en 1875, hijo de Josef Rilke, militar fracasado, y de Sophia Entz, judía conversa. Tuvo una infancia y adolescencia infelices, en parte por la problemática relación que mantuvo con su madre, que le obligó a vestirse de niña hasta los cinco años, debido al duelo por la muerte de una hermana del poeta.
Tras estudiar literatura y arte en Praga, cambia de ciudad y de nombre —de Réne (renacido en francés) a Rainer—, posiblemente como expresión de disgusto hacia su familia. De alma trashumante, su errática búsqueda de un lugar adecuado para la escritura le llevó a residir en París, donde conoció a Auguste Rodin, del que fue durante una temporada secretario.
Sus obras líricas más relevantes son: Canto de amor y muerte del alférez Cristóbal Rilke, la trilogía El libro de las horas, que remite a las plegarias íntimas y medievales, o Nuevos poemas, volúmenes en los que su concepción poética se altera, hasta culminar en su obra maestra, Elegías de Duino, diez intensas y poderosas composiciones de temática existencial.
Murió de leucemia, tras una lenta agonía, en el sanatorio suizo de Valmont. Fue el propio Rilke quien escribió su epitafio: «Rosa, oh contradicción perfecta, en el placer de ser el sueño de nadie bajo tantos párpados».
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