Librepensador, ateo, feo, cicatero, soltero recalcitrante, aunque bígamo, adicto al opio, todo eso y mucho más fue Wilkie Collins, uno de los escritores más célebres de la Inglaterra victoriana.
«Llegué a este mundo con la gran fortuna de tener por abuela nada más ni nada menos que a Lady Mortimer; por madre a una hija de esa honorable señora, y por padre al doctor Juan Federico Turner. [...] Pese a todo, confieso que soy, he sido y probablemente seguiré siendo un auténtico bribón».
En Vida de un bribón acompañamos, de la mano del incomparable Wilkie Collins, a un encantador truhán a lo largo de sus más humorísticas, emocionantes y grotescas aventuras.
Una novela optimista y entretenida por la que desfilan una galería de inolvidables personajes e insólitas situaciones con los que el autor de La dama de blanco construye un imperdible fresco y una crítica ferozmente divertida de la moral, de las costumbres y de la sociedad.
Wilkie Collins es el maestro de la trama, la zozobra y los desenlaces imprevisibles. 27 novelas, más de 60 relatos cortos, 14 obras de teatro y alrededor de 100 obras de no ficción nos ha legado Wilkie Collins, nacido en Londres el 8 de enero de 1824.
Vivió su adolescencia en Italia, etapa que marcó su educación y su carácter. Cursó la carrera de Derecho, profesión que nunca ejercería, ya que orientó su vida a la literatura.
Antonina o la caída de Roma (1850) marcó el inicio de su carrera de escritor. Fue en esa época cuando conoció a Charles Dickens, con quien le uniría una profunda amistad y con quien colaboró estrechamente a lo largo de su vida.
Wilkie Collins fue uno de los iniciadores del género de la novela policíaca. Maestro de la intriga, genio del suspense, sus tramas envuelven al lector en una atmósfera de miedo y fantasía, de patética zozobra, y le sorprenden por sus imprevisibles desenlaces. Librepensador, ateo, feo, cicatero, soltero recalcitrante, aunque bígamo, adicto al opio, todo eso y mucho más fue Wilkie Collins, uno de los escritores más célebres de la Inglaterra victoriana.
Falleció en 1889. A su austero funeral, cuyo coste, según su expreso deseo, no debía exceder de veinticinco libras, asistieron sus dos amantes con sus hijos respectivos. Su herencia se repartió por igual entre las dos familias.
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