El barómetro desciende bruscamente y durante la noche un tifón de inaudita violencia cae sobre la embarcación Nan-Shan. El capitán, junto a su segundo y al jefe de máquinas, luchan duramente hasta donde llegan sus fuerzas y el lector se ve inmerso en medio del tifón ya que Conrad, con su habitual maestría, refleja la angustia y el horror, el horror, el horror ante lo que el capitán MacWhirr y su tripulación se enfrentan.
Nadie —ni siquiera el capitán MacWhirr que, solo en el puente, alcanzó a entrever la blanca línea de espuma a una altura tal que se negó a creer lo que sus sentidos le mostraban—, nadie supo jamás qué profundidad llegó a tener el abismo horroroso que el viento huracanado había provocado en el mar detrás de la velocísima muralla de agua que se les vino encima.
«Se ha reprochado a Conrad el haber hecho desaparecer en la novela el momento culminante de la tempestad. Yo lo admiro, al contrario, cuando detiene su relato precisamente en el umbral de lo espantoso y cuando deja libre juego a la imaginación del lector, después de haberse acercado a lo horrible hasta un punto que parece insuperable». André Gide
«Conrad navegó por todos los mares del mundo recogiendo, sin proponérselo, experiencias para la obra ulterior. Había decidido ser famoso; conocía el limitado alcance geográfico de su idioma natal y durante algún tiempo vaciló entre el inglés y el francés, que manejaba con idéntica maestría. Optó por el inglés, pero lo escribió con ese ciudado y con esa pompa ocasional que son propias de la prosa francesa». Jorge Luis Borges
«El inglés de Conrad se convierte en una lengua extraña, densa y transparente a la vez, impostada y fantasmal, […] utilizando las palabras en la acepción que les es más tangencial y por consiguiente en su sentido más ambiguo». Javier Marías
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