Después de que su existencia transcurriera casi inadvertida en el mundo literario, la figura del portugués Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935) ha cobrado una relevante dimensión en el panorama de las letras universales. Hoy su cotización intelectual está a la altura de nombres tan señeros como sus coetáneos W. B. Yeats, T. S. Eliot o Juan Ramón Jiménez.
Entre otras notorias aportaciones intelectuales como El libro del desasosiego, su figura se ha significado por la original creación de un complejo orbe de personajes poéticos –sus famosos heterónimos–, protagonistas de un particular «drama em gente», como ha sido considerada su rica y compleja construcción literaria, con sus diferentes caracteres, y una personal filosofía centrada en un nuevo paganismo, que presenta varios rostros.
El primero de los actores de esta poesía tan plural y habitada es Alberto Caeiro, postulador de un paganismo elemental y primario, tan simple y natural como un árbol, que se va a constituir en el maestro o mentor de los otros heterónimos y hasta del mismo Pessoa; Caeiro vive y escribe en un mundo antes de la historia y de los mismos dioses.
Un mundo de espaldas, o al margen, de la historia es el que nos revela el médico humanista Ricardo Reis con su sabio epicureísmo estoico, su renuncia a la vorágine sin sentido de la vida, y la mirada puesta en la sabiduría clásica, en su búsqueda de la ataraxia y la quietud.
Frente a esta huida al mundo antiguo, está el frenético futurismo del ingeniero naval Álvaro de Campos, con su apasionada relación con el dinamismo mecanicista de nuestro tiempo e inmerso –este sí– en el ruido y la furia de nuestra historia y del mundo moderno, con una especie de morboso erotismo sadomasoquista en su apasionado fervor por el mundo de las actuales realizaciones técnicas.
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