Reyes, príncipes y princesas; brujas y hadas; animales y pájaros; hechizos y encantamientos; plantas y frutos; padres, hijos y hermanos; madrastras y polvos mágicos; gigantes y doncellas: sapos y culebras…
«El propósito de este libro -nos dice Fidel Sepúlveda- es ayudar en la lectura de los cuentos que contiene; es, además, ayudar a leernos, y leernos se entiende aquí como conocernos, comprendernos, asumirnos. Se trata de asumir nuestra historia y nuestra contingencia, pero también nuestra trascendencia.
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«En esta línea, el libro invita a una aventura que bien asumida puede ser fascinante: la lectura-escritura. Toda lectura para ser tal exige ser completada por una escritura. Todo texto es apenas un apunte acerca de algo y, como tal, pide que el lector aporte su sensibilidad, experiencia, afectividad e imaginación, continuando la escritura del autor con la suya de lector.
«Esto es lo que ha ocurrido con los cuentos folclóricos; han perdurado porque se rehacen en cada relato. Los rehace el narrador, pero también cada uno de los auditores que incorporan su espacio, su tiempo, su acontecer y sus personajes propios […].
«Esta brevísima selección de cuentos nos muestra la visión del mundo que posee el pueblo chileno —lo que siente y piensa— frente al tener, al poder, al valer; frente a lo masculino y a lo femenino; frente a la naturaleza y a la cultura; frente a lo sagrado y a lo profano».
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